sábado, 2 de junio de 2012

A tres años de Gobierno el país está en bancarrota

La visible descoordinación entre ministerios, oficinas públicas, programas y ejecución de obras es, en parte, resultado de una descoordinación en todo el Gobierno que no logra forjar una estrategia de desarrollo.
 
A menos de tres años del actual Gobierno, el país está en bancarrota. Bancarrota fiscal, institucional y, lo más grave, moral. Es lo inevitable cuando la izquierda asume el poder y aplica sus políticas, programas e ideas.

Sucedió en los primeros tres años del coronel Julio Rivera, con la junta golpista de 1979, bajo Napoleón Duarte y ahora. En estos momentos hay un déficit en caja de cuatrocientos millones de dólares, el Gobierno no tiene el dinero para pagar a todos sus proveedores, hay un visible deterioro en los servicios públicos, la infraestructura física sufre los efectos de la falta de mantenimiento y hay dos "megaproyectos" paralizados: el Puerto de La Unión, que se recibió completo hace más de tres años, y la presa El Chaparral.

El programa estrella del oficialismo, el reparto de uniformes y zapatos escolares --niños que no iban descalzos ni desnudos a sus escuelas--, sufre serios retrasos, con el agravante de que quienes lo están sosteniendo son los talleres y microempresas que elaboran uniformes y fabrican zapatos, quienes no reciben su dinero por ello, pero que están obligadas a pagar impuestos.

La visible descoordinación entre ministerios, oficinas públicas, programas y ejecución de obras es, en parte, resultado de una descoordinación en todo el Gobierno que, en tres años, no ha logrado articular una estrategia de desarrollo, y en parte por no generar confianza entre todos los sectores productivos. En vez de contar con un equipo de trabajo y con orientaciones básicas, hay cien cabezas que no se comunican entre sí, y que actúan cada una "a su aire". No hay fiscalización en el gasto, revisión de lo que se hace, disciplina en la ejecución de tareas, coordinación entre las instituciones, algo que se asemeje a un rumbo de país.

¿Hay posibilidad de poner en pie a El Salvador?

Por encima de todo el cuadro está el anhelo de los grupos más recalcitrantes del partido oficial de imponer un esquema social castrista, una "cultura revolucionaria", un control sobre lo que la gente puede y debe hacer, la vigilancia sobre lo que se piensa y se dice, la persecución de la disidencia.

En un reciente acto, en memoria del fundador del Partido Comunista, Farabundo Martí, se habló de los esfuerzos que este hizo para "mejor repartir la riqueza", la redistribución que es el horizonte del movimiento. Ese es su ideal, pero primordialmente, su prisión ideológica, lo que antepone los repartos sobre la creación de nueva riqueza, la inmovilidad más que la evolución y el desarrollo de nuevas formas de pensar, de actuar, de crear, de llegar al futuro versus quedar petrificados en el pasado.

La oportunidad de rectificar, corregir, recomponer, impulsar nuevos rumbos, conciliar, se vuelve en extremo improbable. El impedimento fundamental es la inmovilidad de los meritócratas, quitar a los que "les dieron algo", no por ser idóneos para desempeñarse, sino por "haberlo ganado", el premio a su militancia, el que "es su momento".

Lo que es el problema de las canonjías, de los nepotismos, de los compadrazgos: se nombra y se deja pese a los daños que a un colectivo se hace, pese a la inexperiencia y el desconocimiento en un campo y una labor, pese a los errores y decisiones perniciosas.

Reponer al país de los perjuicios del endeudamiento, de la descomposición social, de la desmoralización es tarea enorme. Si se pudiera emprender
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FUENTE: EDITORIAL EL DIARIO DE HOY

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